FRANKENSTEIN (1931)
La consagración del cine de terror
En 1931, apenas unos meses después de que Drácula con Bela Lugosi inaugurara la edad dorada del cine de terror en Universal, el estudio decidió apostar por otra historia gótica: Frankenstein, basada en la célebre novela de Mary Shelley publicada en 1818. Nadie podía imaginar entonces que esta película, dirigida por James Whale, acabaría siendo uno de los pilares más duraderos de la mitología del cine, uniendo ciencia, terror y tragedia en una misma obra.
La novela de Mary Shelley, escrita cuando apenas tenía diecinueve años, había sido ya adaptada en teatro en numerosas versiones a lo largo del siglo XIX. Universal se inspiró sobre todo en la obra teatral de Peggy Webling más que en el texto original, lo que explica algunas diferencias fundamentales: en la película el científico se llama Henry Frankenstein (no Victor), el ayudante es un jorobado llamado Fritz, y el monstruo no es un filósofo atormentado, sino una criatura inocente e incomprendida.
El gran acierto de la cinta fue su combinación de atmósfera gótica, interpretación expresionista y un icono visual sin precedentes: el maquillaje diseñado por Jack Pierce para el monstruo, encarnado por Boris Karloff. Esa frente plana, los párpados caídos, las cicatrices y los tornillos en el cuello definieron para siempre cómo imaginamos a la criatura de Frankenstein, desplazando cualquier otra representación literaria o artística.
Universal no solo obtuvo un éxito inmediato: con Frankenstein cimentó un auténtico ciclo de películas de monstruos que se prolongaría durante décadas, desde La novia de Frankenstein (1935) hasta los enfrentamientos con Drácula, el Hombre Lobo o Abbott y Costello. El mito de la criatura dejó de ser únicamente literatura romántica para transformarse en cultura popular global.
Hoy, casi un siglo después, Frankenstein sigue siendo una obra fundamental, no solo para el género de terror, sino para toda la historia del cine.
Argumento
La película se abre con un prólogo curioso: un maestro de ceremonias aparece en escena para advertir al público de que la historia que van a ver puede resultarles perturbadora. Es un detalle teatral heredado del cine mudo, que prepara la atmósfera de fábula moral.
La primera escena nos sitúa en un cementerio sombrío, donde el joven científico Henry Frankenstein (Colin Clive) y su jorobado ayudante Fritz (Dwight Frye) observan un funeral. En cuanto la tumba queda cubierta, los dos hombres desentierran el cadáver recién enterrado. La secuencia, con sus cruces inclinadas y el viento azotando, remite directamente al expresionismo alemán. Poco después, roban un cuerpo de un patíbulo. Henry necesita partes humanas para dar forma a su experimento: crear vida artificial.
De vuelta al laboratorio, descubrimos su obsesión: construir un ser vivo ensamblando miembros de distintos cadáveres. Mientras tanto, su prometida Elizabeth (Mae Clarke) y su amigo Victor Moritz se muestran preocupados por su salud mental. Deciden pedir ayuda al profesor Dr. Waldman (Edward Van Sloan), antiguo maestro de Henry.
En el laboratorio, Henry confiesa a Waldman su plan: demostrar que puede jugar a ser Dios creando vida de la muerte. Solo necesita un cerebro humano. Envía a Fritz a robar uno de la universidad. El científico tiene dos frascos: uno con un “cerebro normal” y otro con un “cerebro anormal”. En un gag macabro, Fritz rompe el frasco correcto y, por miedo, roba el cerebro anormal.
Llegamos a la gran secuencia del experimento. En la torre de Frankenstein, Henry y Waldman colocan el cuerpo cosido en una camilla. La tormenta ruge fuera. Rayos y truenos golpean los equipos eléctricos. Elevan la camilla hasta la apertura del techo, para que la energía celeste toque el cuerpo. La criatura comienza a mover la mano. Henry, eufórico, grita la célebre frase: “¡Está vivo! ¡En el nombre de Dios! ¡Ahora sé lo que se siente al ser Dios!”. Esta línea fue tan controvertida que fue censurada en muchos estados.
Al principio, Henry trata a la criatura como un logro científico. El monstruo (Boris Karloff) aparece por primera vez en una de las entradas más icónicas de la historia del cine: entra en el laboratorio de espaldas, gira lentamente y la cámara hace un primer plano de su rostro, con el maquillaje de Jack Pierce. Su aspecto es aterrador, pero sus gestos son torpes e inocentes.
Sin embargo, Fritz lo maltrata constantemente con una antorcha, lo que aterroriza al monstruo. En una escena clave, encerrado en la celda, el monstruo tiende sus manos hacia la luz, como buscando comprensión. La tensión estalla: en un ataque de furia, la criatura mata a Fritz. Después, durante una pelea, también asesina a Waldman.
Libre, huye al campo. Allí tiene lugar la escena más trágica y famosa: el encuentro con la niña Maria. Ella le ofrece flores para que las lance al agua. El monstruo sonríe, fascinado con la inocencia del juego. Pero al quedarse sin flores, cree que lanzando a la niña también flotará. La niña se ahoga y él huye, horrorizado por lo que ha hecho sin querer. Esta escena, suprimida durante décadas, es el corazón de la tragedia: el monstruo no es malvado, sino incomprendido.
De regreso, Henry intenta rehacer su vida. Se prepara para casarse con Elizabeth. Pero el monstruo irrumpe en el castillo, aterroriza a la novia y escapa. El pueblo, encolerizado por la muerte de la niña, forma la clásica turba con antorchas, símbolo del miedo colectivo. Dividen a los hombres para rastrear montañas y bosques.
El clímax ocurre en un molino de viento. Henry persigue al monstruo hasta lo alto, donde se enfrentan cuerpo a cuerpo. La criatura lo arroja por una ventana, dejándolo herido. Los aldeanos prenden fuego al molino y, en uno de los planos más potentes del cine de terror, el monstruo queda atrapado entre las llamas, gritando de dolor hasta desaparecer bajo los escombros.
La película cierra de forma irónica: el barón Frankenstein brinda por la recuperación de su hijo, sin ser consciente del horror desatado.
Recepción y censura
Frankenstein se estrenó en noviembre de 1931 y fue un triunfo inmediato. La crítica destacó su atmósfera y el talento de James Whale, y el público acudió en masa, fascinando y escandalizando a partes iguales.
Pero la censura intervino pronto:
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La frase “Now I know what it feels like to be God” fue eliminada en varias versiones por blasfema.
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La escena de la niña ahogada fue recortada o suprimida en muchas copias.
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Algunas escenas violentas, como la ejecución del monstruo, fueron suavizadas.
Aun con los cortes, la película consolidó el género de terror y catapultó a Karloff al estrellato.
Análisis temático
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Ciencia vs. religión: Henry Frankenstein desafía los límites divinos con la ciencia, y paga el precio.
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El monstruo como víctima: más que un villano, es un ser inocente rechazado por todos.
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El miedo colectivo: la turba con antorchas simboliza el poder destructivo de la incomprensión social.
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Expresionismo visual: herencia directa del cine alemán: sombras, escaleras imposibles, decorados góticos.
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La tragedia del creador: Henry se enfrenta al destino clásico de los héroes arrogantes que desafían lo sagrado.
Curiosidades
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Universal ofreció inicialmente el papel del monstruo a Bela Lugosi, pero lo rechazó.
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Boris Karloff, actor secundario hasta entonces, alcanzó la fama mundial gracias al film.
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El maquillaje de Jack Pierce tardaba más de 4 horas diarias en aplicarse.
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La imagen del monstruo de Karloff quedó como la representación canónica, incluso en el imaginario popular sobre la novela de Shelley.
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El molino incendiado fue construido en tamaño real y ardió de verdad, impresionando a los espectadores.
Restauraciones y censura
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1930s: estreno con múltiples cortes regionales.
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1940s–50s: reposiciones con escenas eliminadas.
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1980s: recuperación de la escena de la niña ahogada.
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2000s: restauraciones digitales para DVD y Blu-ray.
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Hoy: disponible íntegra en alta definición, tal como fue concebida.
Herencia cultural
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Dio lugar a múltiples secuelas: La novia de Frankenstein (1935), El hijo de Frankenstein (1939), El fantasma de Frankenstein (1942).
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Inspiró parodias y homenajes, desde Abbott and Costello Meet Frankenstein hasta El jovencito Frankenstein.
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Su iconografía (tornillos, frente cuadrada, “It’s alive!”) se convirtió en patrimonio universal.
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Influyó en el cine de ciencia ficción y terror de décadas posteriores, desde los experimentos de La mosca hasta los dilemas de Blade Runner.
Bibliografía y fuentes
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Clarens, Carlos. An Illustrated History of the Horror Film. Putnam, 1967.
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Skal, David J. The Monster Show. W.W. Norton, 1993.
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Brunas, Michael; Brunas, John; Weaver, Tom. Universal Horrors. McFarland, 1990.
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Mank, Gregory William. It’s Alive!: The Classic Cinema Saga of Frankenstein. Batsford, 1994.
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Archivos de prensa de The New York Times y Variety (1931).
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Materiales de restauración de Universal Studios (ediciones DVD y Blu-ray).
Conclusión
Frankenstein (1931) no es solo una película de terror, sino el nacimiento de un mito moderno. La visión de James Whale convirtió la novela romántica de Mary Shelley en tragedia cinematográfica, y Boris Karloff dio rostro eterno a un monstruo que es mucho más que un ser de pesadilla: es un reflejo de lo humano, de lo diferente, de lo rechazado.
La criatura aterra, pero también conmueve. No pide ser creada, no entiende el mundo, y muere víctima de la incomprensión. Ahí reside la fuerza del mito: no es la maldad del monstruo lo que aterra, sino la arrogancia del hombre y la violencia de la multitud.
La película refleja, con sorprendente vigencia, los dilemas de la ciencia y la ética: ¿hasta dónde debe llegar el conocimiento humano? ¿qué precio pagamos al desafiar la naturaleza? Preguntas que siguen siendo relevantes en plena era de la genética y la inteligencia artificial.
Su éxito cimentó el cine de terror como género mayor y abrió la edad dorada de los monstruos de Universal. Pero, más allá de eso, Frankenstein se convirtió en metáfora universal del “otro”: del marginado, del incomprendido, del que es diferente y perseguido.
Hoy, casi un siglo después, sus imágenes siguen vivas: el laboratorio iluminado por rayos, el grito “¡Está vivo!”, la turba con antorchas, el molino en llamas. Son estampas grabadas en el inconsciente colectivo, símbolos que trascienden el cine para convertirse en cultura universal.
Frankenstein es, en última instancia, una advertencia eterna: el verdadero monstruo no siempre es aquel que creamos en el laboratorio, sino el miedo y el odio que nacen en nosotros mismos.
Universal creó en 1931 no solo un clásico, sino un mito que ha sobrevivido a generaciones, reinterpretaciones y parodias. Ninguna imagen ha superado a la de Karloff con su andar torpe y sus ojos tristes. Ese monstruo, nacido de un sueño gótico y de una tormenta cinematográfica, es ya inmortal.
Ficha técnica
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Título original: Frankenstein
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Año: 1931
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País: Estados Unidos
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Director: James Whale
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Guion: Garrett Fort, Francis Edward Faragoh, basado en la obra teatral de Peggy Webling y en la novela de Mary Shelley (Frankenstein; or, The Modern Prometheus, 1818)
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Producción: Universal Pictures (Carl Laemmle Jr.)
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Fotografía: Arthur Edeson
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Diseño de producción: Charles D. Hall
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Laboratorio eléctrico: Kenneth Strickfaden
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Maquillaje: Jack Pierce
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Reparto: Boris Karloff (El monstruo), Colin Clive (Henry Frankenstein), Mae Clarke (Elizabeth), Dwight Frye (Fritz), Edward Van Sloan (Dr. Waldman), Frederick Kerr (Barón Frankenstein)
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Duración: 70 minutos aprox.
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Estreno: 21 de noviembre de 1931 (EE. UU.)