EL ROSTRO AJENO (1966)
La máscara como cárcel y liberación
En 1966, el cine japonés atravesaba una etapa de experimentación y modernidad. Directores como Hiroshi Teshigahara, Nagisa Oshima o Masahiro Shinoda estaban cuestionando no solo los géneros tradicionales, sino también la forma misma de narrar en imágenes. En este contexto surgió El rostro ajeno (Tanin no Kao), adaptación de la novela homónima de Kōbō Abe, con quien Teshigahara colaboró estrechamente en guion y concepto.
El film narra la historia de un hombre cuya cara queda horriblemente desfigurada tras un accidente. Incapaz de soportar el rechazo social y el aislamiento, acude a un cirujano que le propone una solución revolucionaria: crear una máscara tan perfecta que parezca un rostro real. Sin embargo, esa nueva cara se convierte en una condena. Oculto tras su nueva apariencia, el protagonista se transforma en otra persona, liberando instintos reprimidos y perdiendo todo vínculo con su identidad anterior.
Más allá de la trama, la película es una reflexión filosófica y existencial sobre la identidad, la alienación en la sociedad moderna y la fragilidad del yo. La máscara es metáfora de los papeles sociales, de las máscaras invisibles que todos llevamos en público. Teshigahara, con un estilo visual experimental —composición geométrica, planos arquitectónicos, fotografía en blanco y negro expresionista— crea un clima asfixiante y profundamente moderno.
En el Japón de posguerra, marcado por la industrialización acelerada y la modernidad occidental, la película refleja la sensación de despersonalización. El protagonista, despojado de rostro, encarna al individuo que no encuentra lugar en una sociedad que exige uniformidad. Y cuando adquiere un nuevo rostro, tampoco logra encontrar la paz: ha perdido su yo verdadero y solo queda un simulacro.
La obra dialoga con títulos occidentales como Les yeux sans visage (1960) de Georges Franju, pero lo hace desde una perspectiva japonesa, influida por el existencialismo, el psicoanálisis y la crítica social. El resultado es un film único, perturbador y poético, considerado una de las cumbres del cine de Teshigahara junto a La mujer de la arena (1964).
Argumento
El accidente y la desfiguración
Un ingeniero japonés (interpretado por Tatsuya Nakadai) sufre un accidente en su trabajo que le deja el rostro completamente desfigurado. Su aspecto se vuelve insoportable para quienes lo rodean: su mujer, sus colegas, la sociedad en general. Rechazado y aislado, comienza a sentir que ya no existe como individuo. Su rostro, que lo definía ante los demás, ha desaparecido.
El cirujano y la propuesta
Desesperado, acude a un cirujano plástico que investiga técnicas experimentales. El médico le propone algo radical: confeccionar una máscara de gran realismo, moldeada a su medida, capaz de darle una nueva identidad. El protagonista acepta. El proceso es lento, obsesivo, casi ritual. La creación del nuevo rostro es filmada como un acto quirúrgico y simbólico.
El nacimiento del nuevo rostro
Al recibir la máscara, el hombre experimenta una mezcla de alivio y desconcierto. Por primera vez puede caminar en público sin ser objeto de repulsión. Sin embargo, al mismo tiempo, siente que esa nueva cara no es suya, que ha perdido lo que lo hacía único. Se convierte en “otro”, alguien distinto, sin raíces.
La transformación moral
Con su nueva identidad, comienza a actuar de formas que nunca se habría permitido antes. Engaña, manipula, seduce. Incluso intenta seducir a su propia esposa bajo su apariencia de desconocido, para comprobar si ella lo reconocería o si sería infiel a su memoria. El juego se convierte en obsesión, y el hombre se va sumiendo en una espiral de autodestrucción.
Alienación y desesperación
El nuevo rostro no lo libera, sino que lo condena a una existencia vacía. Al haberse transformado en otro, ha roto los lazos con su yo anterior y con los demás. El rostro, que parecía una segunda oportunidad, se revela como una máscara sin alma. El protagonista comprende que ha perdido no solo su identidad, sino su humanidad.
El desenlace
La historia culmina en una atmósfera de derrota y nihilismo. El hombre, atrapado entre dos rostros —el destruido y el impostado—, ya no pertenece a ninguno. La máscara, que debía darle libertad, se convierte en su condena. Su destino final queda envuelto en ambigüedad, como un reflejo del vacío existencial que lo consume.
Recepción y censura
En Japón, El rostro ajeno fue recibida con admiración por la crítica, aunque su carácter experimental y filosófico la convirtió en una película de prestigio más que de masas. Su tono pesimista y su estética fría la alejaron del público mayoritario, pero consolidaron a Teshigahara como uno de los grandes autores del cine moderno.
En Occidente, el film fue aclamado en festivales y círculos intelectuales. Se comparó con obras del existencialismo europeo y con el surrealismo cinematográfico. Su tratamiento de la máscara y de la pérdida de identidad se consideró innovador y profundamente perturbador.
No sufrió censura directa, pero sí cierta incomodidad por su tratamiento de temas sexuales (el deseo frustrado, la infidelidad, la cosificación del cuerpo) y por su visión nihilista del individuo en la sociedad contemporánea.
Análisis temático
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La identidad como máscara: el rostro define al individuo en sociedad; al perderlo, el protagonista se convierte en “nadie”.
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Alienación moderna: la despersonalización refleja la vida urbana japonesa de posguerra, donde el individuo queda reducido a engranaje.
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Lo monstruoso interior: no es la deformidad física la que aterroriza, sino la corrupción moral liberada al sentirse anónimo.
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Relación entre ciencia y ética: el cirujano encarna el dilema de usar la tecnología para alterar la esencia humana.
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Existencialismo y vacío: el film conecta con Sartre y Camus, planteando la imposibilidad de encontrar sentido a la existencia tras perder la identidad.
Curiosidades
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El protagonista está interpretado por Tatsuya Nakadai, uno de los grandes actores japoneses, célebre por sus papeles en Kurosawa (Kagemusha, Ran).
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La colaboración entre Teshigahara y Kōbō Abe fue una de las más fructíferas del cine japonés. Juntos hicieron también La mujer de la arena (1964) y El hombre sin mapa (1968).
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La película fue rodada en un estilo visual experimental, con composiciones arquitectónicas que recuerdan al cine de Antonioni.
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La banda sonora de Tōru Takemitsu refuerza la atmósfera alienante con sonidos disonantes y minimalistas.
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Fue considerada en su momento como “la respuesta japonesa” a Los ojos sin rostro de Franju, aunque con un trasfondo mucho más filosófico.
Restauraciones y conservación
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El film fue restaurado en alta definición en los años 2010 por Criterion, devolviéndole su calidad original en blanco y negro.
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Durante años circuló en copias incompletas y poco vistas fuera de Japón. Hoy es un clásico del cine de autor japonés.
Herencia cultural
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Influyó en el cine de horror y ciencia ficción psicológica posterior, tanto en Japón como en Occidente.
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Su reflexión sobre la máscara anticipa películas como Eyes Wide Shut (1999) de Kubrick y El hombre duplicado (2013) de Denis Villeneuve.
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En el ámbito japonés, inspiró reflexiones posteriores sobre la identidad en autores como Kiyoshi Kurosawa.
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Su tratamiento del cuerpo como objeto de alienación lo vincula al cine contemporáneo de David Cronenberg.
Bibliografía y fuentes
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Abe, Kōbō. Tanin no Kao (La novela original, 1964).
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Richie, Donald. A Hundred Years of Japanese Film. Kodansha, 2001.
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Standish, Isolde. A New History of Japanese Cinema. Continuum, 2005.
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Anderson, Joseph & Richie, Donald. The Japanese Film: Art and Industry. Princeton University Press, 1982.
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Ensayos del Criterion Collection sobre The Face of Another.
Conclusión
El rostro ajeno es mucho más que un film de ciencia ficción o de terror psicológico: es un ensayo cinematográfico sobre la identidad, la alienación y el vacío existencial. La historia del hombre que recibe un nuevo rostro y lo pierde todo al mismo tiempo es metáfora universal de la condición moderna: todos llevamos máscaras, todos interpretamos roles, y al quitarnos el rostro verdadero descubrimos que quizá no había nada detrás.
Hiroshi Teshigahara, con la colaboración de Kōbō Abe y la música de Tōru Takemitsu, creó una obra que incomoda porque nos enfrenta a nuestra propia fragilidad como sujetos. La máscara que debía liberar al protagonista lo condena, recordándonos que lo monstruoso no está en la deformidad física, sino en el abismo interior que se abre cuando dejamos de reconocernos.
Hoy, más de medio siglo después, la película conserva toda su fuerza. En un mundo dominado por identidades virtuales, cirugías estéticas y avatares digitales, El rostro ajeno parece más actual que nunca. Es una obra que perturba, fascina y obliga a pensar, una de las cumbres del cine japonés de posguerra y del cine existencial universal. Con El rostro ajeno, el cine japonés alcanzó una cima filosófica en el género. Una obra que no busca asustar con monstruos externos, sino con la verdad más aterradora: que lo más temible se esconde bajo nuestra propia piel.
LA PELÍCULA EN IMÁGENES
Ficha técnica
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Título original: 他人の顔 (Tanin no Kao)
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Título en España: El rostro ajeno
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Año: 1966
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País: Japón
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Dirección: Hiroshi Teshigahara
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Guion: Kōbō Abe (basado en su propia novela)
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Fotografía: Hiroshi Segawa
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Música: Tōru Takemitsu
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Reparto: Tatsuya Nakadai (el hombre desfigurado), Machiko Kyō (su esposa), Mikijirō Hira, Kyōko Kishida
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Productora: Teshigahara Productions / Toho
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Duración: 124 minutos
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Estreno: 1966 (Japón)