EL FANTASMA DE LA ÓPERA (1943)
Melodrama, Technicolor y la reinvención de un mito
La historia del Fantasma de la Ópera, nacida en la novela de Gaston Leroux publicada en 1910, ha fascinado al cine desde sus orígenes. La adaptación muda de 1925 protagonizada por Lon Chaney es uno de los pilares del cine de terror y del expresionismo gótico americano. Cuando Universal decidió rehacer la historia en 1943, no lo hizo con la intención de repetir el terror oscuro de los años veinte, sino de reconvertir el mito en un espectáculo de prestigio, teñido de melodrama y envuelto en los resplandores del Technicolor.
La versión dirigida por Arthur Lubin con Claude Rains como protagonista responde tanto al deseo de Universal de aprovechar un relato conocido como a la necesidad de la industria de ofrecer cine de evasión durante la Segunda Guerra Mundial. El resultado es una película que se aleja del horror puro para acercarse a la ópera filmada, donde la tragedia romántica desplaza al miedo.
Universal en los años 40: del terror gótico al espectáculo musical
En la década de 1930, Universal se había consolidado como la gran fábrica de monstruos: Drácula (1931), Frankenstein (1931), La momia (1932) o El hombre invisible (1933) definieron un canon de terror gótico que influiría en todo el cine posterior. Sin embargo, a medida que avanzaba la década, estas fórmulas comenzaron a repetirse, y el público demandaba nuevos estímulos.
A comienzos de los años cuarenta, el estudio probó con los crossovers (como Frankenstein Meets the Wolf Man de 1943), que mezclaban a sus monstruos clásicos en películas de entretenimiento ligero. Pero Universal también buscaba prestigio, obras que pudieran medirse con los musicales y melodramas de la MGM o con los dramas históricos de la Warner.
El fantasma de la ópera de 1943 nace de esa voluntad: un producto que podía atraer tanto al público del terror como al amante de la ópera, y que visualmente competía con las producciones más lujosas del momento.
La herencia de Gaston Leroux y la sombra de Lon Chaney
La novela de Leroux, con su mezcla de misterio, romance y horror, ya había demostrado su potencial cinematográfico en 1925. La interpretación de Lon Chaney, acompañado de su célebre maquillaje autoproducido (que provocaba desmayos en los cines), había dejado una huella imborrable.
El problema para Universal en 1943 era precisamente esa sombra: cualquier nueva adaptación debía medirse con el mito creado por Chaney. En lugar de competir en términos de terror puro, el estudio optó por reconfigurar la historia, modificando sustancialmente al personaje principal y otorgando a la música y al romance un protagonismo inédito.
Producción del remake: Technicolor, guion y dirección
La dirección recayó en Arthur Lubin, un realizador eficaz más que autoral, con experiencia en comedias y musicales. El guion, firmado por Samuel Hoffenstein y Eric Taylor, se apartaba de Leroux para crear una nueva historia centrada en Enrique Claudin, un violinista maduro de la orquesta de la Ópera de París.
Universal aprovechó los decorados aún existentes de la versión de 1925, restaurándolos y vistiéndolos con el esplendor del Technicolor tricolor, que se convirtió en la gran atracción visual. La película no se planteaba tanto como un film de terror sino como un melodrama musical con tintes góticos.
Claude Rains como Claudin: del monstruo al artista trágico
La elección de Claude Rains fue determinante. Rains había triunfado una década antes como El hombre invisible (1933) y se había consolidado como un actor de gran prestigio teatral. Su interpretación se distancia por completo del monstruo grotesco de Chaney: Claudin no es un genio criminal ni un espectro, sino un músico envejecido, pobre y obsesionado con ayudar a la joven soprano Christine Dubois.
La deformidad de su rostro no proviene de una malformación congénita ni de torturas, sino de un accidente: durante una pelea en una imprenta musical, Claudin recibe ácido en la cara, lo que desencadena su locura. Este cambio suaviza la monstruosidad del personaje y lo convierte en un ser compasivo, casi paternal, más cercano a un antihéroe romántico que a un villano aterrador.
Christine Dubois y el triángulo romántico
La soprano Susanna Foster encarna a Christine, objeto de la obsesión del Fantasma. Pero a diferencia de la versión de 1925, Christine no está sola ante la figura del monstruo: aquí hay un triángulo amoroso formado por Christine, el barítono Anatole Garron (Nelson Eddy) y el inspector Raoul D’Aubert (Edgar Barrier).
Este triángulo desplaza el eje de la historia: Christine no depende emocionalmente del Fantasma, sino que se ve atrapada entre dos pretendientes humanos. El resultado es un relato donde el componente romántico y melodramático predomina sobre el terror.
Escenas clave
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El ataque con ácido: momento fundacional de la película, que establece el tono trágico y realista de la deformidad.
La guarida bajo la Ópera: aunque menos tenebrosa que en 1925, mantiene un aire gótico que conecta con la tradición Universal.
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Los números de ópera: largos fragmentos de Fausto de Gounod o piezas de Chopin, filmados con un cuidado casi de musical, que ralentizan el ritmo pero aportan espectáculo.
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El clímax final: el derrumbe de la guarida, que remite directamente al desenlace de 1925, aunque con menos fuerza expresionista.
El ataque con ácido: momento fundacional de la película, que establece el tono trágico y realista de la deformidad.
La guarida bajo la Ópera: aunque menos tenebrosa que en 1925, mantiene un aire gótico que conecta con la tradición Universal.
Los números de ópera: largos fragmentos de Fausto de Gounod o piezas de Chopin, filmados con un cuidado casi de musical, que ralentizan el ritmo pero aportan espectáculo.
El clímax final: el derrumbe de la guarida, que remite directamente al desenlace de 1925, aunque con menos fuerza expresionista.
Estilo visual y musical
La película es ante todo un festín visual. La fotografía de Hal Mohr y W. Howard Greene explota el Technicolor con decorados fastuosos y vestuarios brillantes. La dirección artística, premiada con el Óscar, recrea la Ópera de París con un lujo pocas veces visto en Universal. La música, que mezcla composiciones originales de Edward Ward con fragmentos de óperas, refuerza la idea de que el film es tanto una película musical como de terror. El público recibió la película con entusiasmo: era un espectáculo grandioso en tiempos de guerra, con colores vivos y un argumento conocido. La crítica, sin embargo, señaló la falta de verdadero horror.
Las comparaciones entre la versión de 1925 y la de 1943 fueron inevitables. 1925 (Chaney): expresionismo gótico, maquillaje terrorífico, el Fantasma como monstruo puro. 1943 (Rains): melodrama romántico, Technicolor, el Fantasma como artista trágico. Balance: la de Chaney aterroriza, la de Rains emociona, pero no asusta.
El legado
Aunque eclipsada por la versión muda de Chaney, la de 1943 dejó una huella importante. Introdujo la idea del Fantasma como músico, que influiría en la adaptación de Hammer de 1962 y en el musical de Andrew Lloyd Webber de 1986.
Demostró que el mito podía adaptarse a distintos tonos: del terror gótico al melodrama musical. Fue una de las últimas producciones de gran presupuesto de Universal vinculadas a sus monstruos, antes de que la serie derivara hacia la comedia con Abbott and Costello Meet Frankenstein (1948).
El fantasma de la ópera (1943) es un punto de inflexión: ya no es cine de terror puro, sino una mezcla de melodrama, musical y tragedia romántica. En lugar de provocar miedo, busca la compasión del espectador hacia un hombre destruido por la pobreza, la obsesión y el accidente.
La película es ante todo un festín visual. La fotografía de Hal Mohr y W. Howard Greene explota el Technicolor con decorados fastuosos y vestuarios brillantes. La dirección artística, premiada con el Óscar, recrea la Ópera de París con un lujo pocas veces visto en Universal.
La música, que mezcla composiciones originales de Edward Ward con fragmentos de óperas, refuerza la idea de que el film es tanto una película musical como de terror.Universal supo transformar su herencia de horror gótico en un producto de prestigio que ganó premios de la Academia y ofreció al público un espectáculo brillante en tiempos difíciles. Si la versión de 1925 es el Fantasma del miedo, la de 1943 es el Fantasma del corazón roto.
LA PELÍCULA EN IMÁGENES
Ficha técnica
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Título original: Phantom of the Opera
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Título en español: El fantasma de la ópera
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Año de estreno: 1943
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País: Estados Unidos
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Productora: Universal Pictures
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Director: Arthur Lubin
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Productor: George Waggner
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Guion: Samuel Hoffenstein, Eric Taylor (basado en la novela de Gaston Leroux, 1910)
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Fotografía: Hal Mohr, W. Howard Greene (Technicolor)
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Música: Edward Ward (con fragmentos de óperas de Charles Gounod, Piotr I. Tchaikovsky y Frédéric Chopin)
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Dirección artística: Alexander Golitzen, John B. Goodman, Russell A. Gausman, Ira S. Webb
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Maquillaje: Jack Pierce y equipo de Universal
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Vestuario: Vera West, Yvonne Wood
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Efectos especiales: John P. Fulton
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Montaje: Russell F. Schoengarth, Milton Carruth
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Duración: 92 minutos
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Estreno: 27 de agosto de 1943 (Estados Unidos)
Reparto principal
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Claude Rains – Enrique Claudin / El Fantasma
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Susanna Foster – Christine Dubois
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Nelson Eddy – Anatole Garron
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Edgar Barrier – Raoul D’Aubert
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J. Edward Bromberg – Amiot
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Jane Farrar – Biancarolli
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Fritz Leiber – Anatole, director de la Ópera
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Frank Puglia – Villeneuve
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Hume Cronyn – Gerente de imprenta
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Barbara Everest – Mme. Biancarolli
Premios
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Óscar a la Mejor Fotografía en Color (Hal Mohr, W. Howard Greene)
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Óscar a la Mejor Dirección Artística en Color (Alexander Golitzen, John B. Goodman, Russell A. Gausman, Ira S. Webb)
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Nominada también a Mejor Sonido y Mejor Música Original.